SEMBLANZA DEL ESCRITOR DR : JUAN MUNGUIA NOVOA.: "
El doctor Juan Munguía Novoa fue uno de los primeros en responder —desde Chinandega, su ciudad natal, y desde León, donde estudiaba leyes— al llamado de la Vanguardia granadina. Otros coterráneos, como Julio Ycaza Tigerino y Rafael Paniagua Rivas, más el futuro maestro impresor Presentación Somarriba, lo acompañaron en esa aventura poética e ideológica, juvenil e impetuosa, pero arraigada en un orden. Éste no correspondía a otro que al formulado por la tendencia hispanista que postulaba el autoctonismo americano. Es decir, la actitud mestizófila compartida por otros jóvenes del continente de habla española, enfrentados a otras dos tendencias: la yanquizante y la indigenista.
A la tendencia mestiza, siguiendo a Pablo Antonio Cuadra en su apologético libro Hacia la cruz del sur (1936) Munguía Novoa se afilió, atacando con virulencia al indigenismo —que pretendía “arrancar a Dios del individuo”— y utilizando la clásica oposición entre la colonización inglesa y la española. Para ellos, el concepto de Imperio era español, mientras que el Imperialismo tenía su origen anglosajón. Uno se justificaba a través de categorías divinas, el otro era pagano y, en consecuencia, exenta de validez alguna. Predicaba Pablo Antonio, máximo exponente de Centroamérica de esa tendencia: “…el Imperio se funda en Dios, en la jerarquía y en la caridad. El Imperialismo se basa en la libertad, la igualdad y la fraternidad… En su paradoja el uno es universal y católico, el otro es internacional y judío”.
A tal corriente de pensamiento tradicionalista, o de hispanismo militante, se remonta el de Munguía Novoa. Mejor dicho: Sustentando en sentimientos cristianos, él y sus compañeros de generación buscaban una teoría tendiente a una nueva concepción alternativa al comunismo ateo, materialista y totalitario en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Por eso, con Pablo Antonio, propugnaba el mestizaje como elemento definitorio de la realidad histórica. “América comienza en los Pirineos. Pero también España acaba en la Patagonia” —fue una de las celebradas frases de Cuadra entonces—. Y añadía: “Lo que llamamos tradición cultural hispánica no es lo puramente español de España, sino lo español que se injertó con lo indio, lo español con una larga tradición indiana, con una decisiva y sustancial sumersión en la americanidad. Lo indígena es el crisol en el cual la hispanidad católica fraguó nuestra universalidad”.
Admirador de Ramiro de Maeztu y lector de Carlos Pereyra —el historiador mexicano— Munguía Novoa era entonces —y lo seguiría siendo hasta su senectud— un sincero defensor de la obra civilizatoria de España en América. Así destacaba que esa nación y su empresa política y jurídica, religiosa y humanitaria, incorporó “a los indios a categoría de vasallos del Imperio y no rehusó mezclar su sangre con la indígena”. Y siempre amaría España, especialmente a partir de sus viajes a la península en pleno régimen del generalísimo Francisco Franco, cuando ya había transcurrido sus etapas de tentación fascista (1939-1945) y superado la supervivencia exterior e interior (1946-1951), hallándose en su apogeo.
Por tanto, la España que Munguía Novoa pondera en sus ensayos no es la de charanga y pandereta que repudiaba don Antonio Machado, ni el sepulcro blanqueado de su Guerra Civil, o anticipo/ensayo de la segunda hecatombe del siglo XX, sino la que vivió durante el desarrollo capitalista y las alternativas de apertura que impulsó Franco, y que, signado por el Nacionalcatolicismo, llegó a convertirse en la décima potencia industrial del mundo. Residiendo en España no pocas temporadas deslumbrantes, motivadas dos de ellas por el Congreso de Instituciones Hispánicas de 1964 y la EXPO 92 de Sevilla, Munguía Novoa exalta a Cervantes, a Francisco de Vitoria e Ignacio de Loyola, a Velásquez y Goya; a Bécquer, Baroja y Unamuno. Aprehende su España en la creatividad genial de Picasso y en las glosas de Eugenio d´Ors; en La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela y en Tiberio o la historia de un resentimiento de Gregorio Marañón, cuyo hijo fue uno de sus amigos. Ama la España de los poetas Luis Rosales y Leopoldo Panero, del chispeando Agustín de Foxá y el olvidado vasco Antonio Zubiaurre, quienes recorrieron varios países hispanoamericanos en 1951 y a quienes conoció y presentó en Managua. La España del pintor Juan Esplandiú y del historiador del arte Marqués de Lozoya, del humorista Wenceslao Fernández Flores y del jurista José Pérez Montero. Personalidades, todas ellas, que formaron parte esencial de su vida.
Por cierto, no fue ésta fecunda en escritura, sino en caballerosa cordialidad. Ya cumplidos los noventa, Munguía Novoa mantiene su espíritu altivo, humor a lo Chesterton y, sobre todo, sus recuerdos indelebles. Aquí los plasma con algunos ejemplos de su prosa que hermana la poesía con la erudición, sin frases hechas, elegantes siempre. No de sus composiciones en verso, de las cuales prepara un volumen antológico: Vendimia tardía. Dos de ellas figuran en la antología Poesía nicaragüense (1948) de María Teresa Sánchez, donde se lee: “Munguía Novoa es un escritor castizo, con mucha cultura; hace poesía de vanguardia, sin caer en el extremo surrealistas. Sus mejores poemas corresponden a los días en que era estudiante en León”. Sin embargo, no están presentes aquí, excepto uno en prosa, datado de 1932 —a sus veinte años—, titulado “Heno y estrellas”. Otra excepción, y que lo representa como feliz y lapidario “castigador” del verso, es su “Auto-retrato”, soneto que cumple su objetivo a cabalidad y sirve de pórtico a estas páginas que nos confió seleccionar entre un centenar de trabajos dispersos.
Unidas por varios comunes denominadores —la espontaneidad, el señorío de su posición social, el orgullo de su exitosa profesión, el culto a la palabra florida, la lectura de obras representativas de las letras y al pensamiento de su tiempo, la adhesión a valores cristianos y tradicionales, entre otros—, las dividimos en seis secciones: I. Crónicas viajeras; II. Exégesis y encuentros; III. Semblanzas de amigos; IV. Perfiles solariegos; V. Ensayos hispánicos; Varia (a) y VII. Varia (b). Suman ochenta esos trabajos que reflejan su alma peregrina por América y Europa, sus retratos y responsos de grandes literatos, sus “cabezas” —a lo dariano— que describen a maestros del mundo hispánico y a figuras del solar nativo —como artistas y religiosos— sus reiteradas convicciones de fe hispanista —redactadas sin rigor, de acuerdo con la libertad expositiva del ensayo—.
Este género era más compatible con su personalidad. Así lo demostró en uno, de carácter pionero, titulado “Tentativa de exégesis de la pintura de Juan Bautista Cuadra”, aparecido en la revista Ya (Managua, año I, Núm. 6, Septiembre 15, 1941), modelo de relación entre poesía y pintura, inspirado en las páginas ejemplares del español Eugenio Montes. De manera que fue perdiendo, poco a poco, el entusiasta frecuentamiento de las musas, a las que sustituyó por las mesas, las misas y las mozas. Al respecto, Joaquín Pasos le escribió en 1939: “Las chicas de Granada han quedado recordándote mucho. Otras se lamentaron de haberte podido conocer. Se recibió la invitación a la hacienda y probablemente se hará el viaje. Ya te avisaré”. Igualmente, abandonaría a las masas en el sentido primigenio del ideal corporativo de justicia social, pasando a defender brillantemente la Doctrina Social de la Iglesia. Pero no llegó a conferencista, sino a orador oficioso. Sus discursos ocasionales, se inscriben en el más auténtico arte de la retórica ejercitado secularmente en la “Atenas de Centroamérica” (León de Nicaragua), al igual que sus charlas y palabras protocolarias en eventos internacionales propios de su disciplina más afín: el Derecho.
Porque un connotado jurista más que un literato tenaz, es el autor de este volumen. Su hoja de vida lo reconfirma. No es necesario detallarla. Limitémonos a referir que se destacó entre los fundadores del Instituto Hispano-Lusso-Americano de Derecho Internacional, que en 1967 editó su monografía El Tratado Chamorro-Bryan es opción y no venta, naturalmente una interpretación conservadora. Al mismo tiempo, su paso por el Poder Legislativo no fue parasitario: gracias a su iniciativa hizo posible la entrada en vigor de la Ley de Protección a la familia de prole numerosa (1959) de acuerdo con uno de sus escasos folletos de tema jurídico, sin excluir su tesis universitaria Interdictos juicios posesorios de lo civil (León, Tipografía “Los Hechos”, 1938).
Personalmente, en fin, mantuve relaciones cordiales y respetuosas —aunque esporádicas— con el Dr. Munguía Novoa, admirando en él su extroversión casi festiva de granadino y su familiaridad con la cultura española de su tiempo, a la que supo tomarle el pulso. Él, en estas huellas de su peregrinaje intelectual, se lo toma a sí mismo. LIC:RENE DAVILA. 080011"
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