En aquellos días de tierra y mar, la chavalada acostumbraba siempre a jugar en los corrales traseros de la finca San José de la Montaña, que era del tío Goyo, y estaba situada al final del viejo camino a Jiquilillo, casi a la orilla del estero que conduce a puerto Arturo al sur del Cosigüina. Era un lugar apartado aun, muy cerca de los playones ricos en conchas negras, cascos de burro y barbas de hacha y otros crustáceos hoy totalmente desaparecidos. La flor del algodón no había consumido todavía a las montañas que rodeando las laderas del Cosigüina, daban refugio a los dantos, pumas, jaguares, venados y tigrillos casi extintos en la actualidad, debido a nuevos dueños que explotaron sin piedad los caobales, los pochotales, los bosques de chapernos y cedros reales... hasta dejar casi en pelo a la región. Todavía abundaban los pavones de cresta negra, los güises, urracas, piches y alcaravanes y en las noches se oían cantar los pocoyos, guases y cocorocas.
El estero que se inicia en la boca de Padreramos, cuyas orillas estaban tupidas de manglares y sus playitas llenas de gallinetas, zarcetas, cormoranes y martines pescadores, estaba lleno de toda suerte de peces. De tal manera que era muy fácil tirar en cualquier orilla el anzuelo con carnada de mazamorra, y jalarse presto un boca colorada, una curbina o un guichón de espinas transversales... Pero después los vecinos catrachos comenzaron a llegar en sus grandes botes y las enramadas de las orillas se llenaron de pescados secos, acabaron casi con todos y nos dejaron vacíos los esteros... se los llevaron todo.
Pero volviendo al cuento que nos ocupa, sucede que el Güicho y el resto de chigüines estaban jugando al final del patio al pie de la montañita tan frondosa situada casi en las cercanías del espectacular Cosigüina, cuyo cono truncado por una antigua y célebre erupción, se divisa en toda la comarca. Y en sus alrededores boscosos se cuentan que suceden muchas cosas misteriosas, leyendas y encantamientos.
-¡Hey muchachos regresen ya! que está oscureciendo- gritó la Zoila, mujer campesina de unos 45 años, que era la ama de la casa, mientras adentro crepitaban los leños del fogón preparando el gallo pinto y el café caracolillo, que se da en las faldas del Chonco.
Todos los chavalos y chavalas regresaron presurosos y haciendo gran algaravilla comenzaron a acomodarse alrededor de la mesa rústica, cada quien en su respectiva pata de gallina. No pasó mucho tiempo sin que notaran la ausencia de Güicho, que era el más vivaracho y fregón de todos. Con sus 8 años no cumplidos, ya era la alegría de la casa por sus ocurrencias y travesuras.
-¿Güicho que j.. se hizo? -gritó la Zoila con su vocerrón- vayan a buscarlo. Dejaron todos de comer y saliendo encarrerados comenzaron todos a gritar... Güicho, Güichooo...! ¿dónde estás?
Al rato llegaron los hombres en grupo compuesto por tío Goyo y los hijos mayores que regresaban de trajinar del campo, arriando las vacas lecheras y sus terneritos que pasaban la noche en el corral.
-Por favor busquen a Güicho -dijo la Zoila en voz alta- este muchacho carrizo se debe de haber metido a la montaña, y allí andan fieras, al otro día oí decir que vieron un puma con un ternerito atravesado en las tapas... ni quiera mi Dios...
Se metieron al bosque pues, y buscaron y buscaron toda la santa noche hasta que se agotaron las lámparas de carburo, pero todo fue inútil, el muchacho no aparecía. Las mujeres comenzaron a llorar y a rezar descorazonadas y tristes.
A los primeros albores regresaban los hombres decepcionados cuando oyeron a Andrés gritar.
-Miren muchachos! En este clarito hay dos clases de pisadas, estas de aquí parecen los caitecitos del Güicho, y estas otras son de unos piecitos y que parecen que van caminando al revés.
-Que la Virgen del Trono nos favorezca! - dijo el viejo Emiliano, el abuelo del niño perdido, al mismo tiempo que se santiguaba mirando en dirección al poblado de El Viejo, como era la costumbre entre esas gentes.
-Yo creo que se lo llevaron los zipes -dijo el tío Goyo- ¿pero cómo es posible si ya lo bautizamos el año pasado?...
-¡Santo Dios Santo fuerte!- gritaron en coro los varones que formaban la tropa de la búsqueda.
-Sigamos las pisadas- dijo Andrés, medio molesto - y déjense de aspavientos y mariconadas que parecen viejas santulonas.
Siguieron las huellas pero en dirección contraria a la que parecían ir, y no habían caminado varios metros cuando de pronto el aire se impregnó de un dulcísimo perfume, desconocido de todos. Y de pronto en una rama alta y atravesada de un guácimo de ternera encontraron al Güicho muerto de risa sosteniendo entre sus manitas una canasta llena de frutas... Costó trabajo bajarlo de donde estaba encaramado.
¿Y cómo llegaste hasta allí, muchachito rebandido?- le preguntó don Emiliano.
-Me subieron dos hombrecitos coloraditos que llevaban unos pantaloncitos verdes bien bonitos- dijo el chigüín riéndose todavía.
-¡Miren!- dijo Andrés asustado- esta canastita está hecha de un bejuco que no se da por aquí y ¿las frutas, qué clase de frutas son?.
Asombrados todos comenzaron a manosear un gajo de uvas moradas, peras, manzanas, melocotones, frambuesas etc... ninguna de las cuales se dan por estos lados... Y desde entonces el lugar lo nombran como la loma del Zipe.
CREDITO:W.ALVAREZ /
LIC:RENE DAVILA / 231211
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