Toda
historia tiene un comienzo y tiene un final, ambos extremos entretejen
la vida de aquellas personas que buscan mejores oportunidades en la
vida. En este caso particular, se trata del caso de Jose Francisco
Lebrón Espinoza, de veinte años de edad, quien era un hombre afortunado,
muy trabajador, sin vicios, muy formal y había conocido a su actual
esposa, Camila Saravia, de 17 años de edad, cuando eran todavía muy
jóvenes. Se habían enamorado y se acompañaron cuando ambos estudiaban en
la “Escuela Mercantil”, de la Ciudad de Chinandega. Sin embargo la
familia se encuentra en crisis por la situación económica, es así que
emprende un sueño de tener una mejor oportunidad de trabajo en el país
del norte, el quiere vivir el sueño americano en carne propia.
Era la década de 1970, ambos habían creado una familia, había procreado cuatro hijos, todos varones, con edades que oscilaban entre los 5 y los 12 años. A ella le gustaba mucho el nombre de Francisco, porque eran devotos de San Francisco, sin embargo no querían que todos se llamaran Francisco, así es que decidieron, ponerles: Francisco al mayor, luego en forma sucesiva les pusieron los nombres de: Chico, Paco y Pancho, que son los seudónimos de Francisco. Todos eran unos chavalos muy estudiosos y además de buenas costumbres, bien conocidos del barrio Guadalupe. Vivian en una casita en la curva de la calle hacia el cementerio, su mama, tenía una pulpería: “El Gallo Madrugador”, donde vendía productos básicos de primera necesidad
Jose Francisco era un hombre muy trabajador, le gustaba madrugar y escuchar los cuentos de Pancho Madrigal, que deleitaban a la juventud de esa época en Nicaragua. Le gustaba escuchar la música de Otto de la Rocha, de los hermanos Mejía Godoy, además del cantautor Jorge Paladino, con la cumbia Chinandegana, la cual ponía en la Rockonola del restaurante de la Julia Herrera, la escuchaba varias veces, siempre andaba monedas de un chelín y ese era el valor de una canción, aunque él no tomaba licor, le gustaba visitar ese lugar por que siempre encontraba personas conocidas, a quienes le hacía mandados, así se ganaba los reales honradamente. Le gustaba ir al cine “Edén”, a ver las películas de Pedro Infante, de Cantinflas, de Carlos Gardel, de quien escuchaba los famosos tangos, era un hombre de una vasta cultura musical que había heredado de su padre Don Loncho Lebrón.
Unos de sus paseos favoritos era abordar el bus pelón en la esquina del parque central. Les gustaba dar varias vueltas en el bus que tenia diferentes recorridos, se iba a veces para el cementerio, otras veces en dirección al calvario, otras al desvío a Corinto y León, en la rotonda, luego regresaba para salir de nuevo del parque central, cobraban un chelín y por dos personas cobraban cinco reales, además les gustaba comer raspado con sirope de tamarindo, ese era la diversión de la familia Lebrón y luego iban a ver las películas del matiné del cine “Nela”, el “Edén” o el “Alhambra”, todos eran cines que cobraban una entrada de un córdoba o dos córdobas en las horas diurnas, en algunos casos en los cines regalaban penecas o pasquines, que eran unas revistas de colección, que luego se intercambiaban con los demás chavalos.
A todos los chavalos de la época les gustaba citarse con sus novias en los cines durante las funciones nocturnas, allí se daban cuenta quienes andaban en parejas, quien era novia de quien, para luego hacerles bromas.
Los paseos del fin de semana eran en el tren o el carril hacia Paso Caballos, o el balneario de el Chorizo o Costa Azul en Corinto. También les gustaba ir al realejo, a Potosí, para ver el ferri, que circunnavegaba del puerto de la Unión en El Salvador hacia Potosí en el Municipio de El Viejo, en el departamento de Chinandega. Era un lugar turístico donde viajaban los comerciantes para vender y transportar sus mercaderías por el ferri o por medio de lanchas de motor fuera de borda.
La Camila era una buena cocinera, y vendía comida por encargo, aprovechaba prepararle a Francisco y sus cuatro hijos, su gallo pinto favorito, le agregaba el queso frito. Compraba en el mercado los quesillos de Nagarote y de La Paz Centro, preparaba la carne asada con plátano frito, café negro, los nacatamales en fines de semana, el vaho, la yuca con vigorón, el chancho con yuca, acompañado del tiste, cacao con leche, chía, linaza para refrescar los riñones por el gran calor que hace en esa zona.
A Camila Saravia le gustaba andar en coches, eran los taxis de la época, eran halados por caballos y cobraban un chelín, cinco reales, siete y medio, un córdoba o dos córdobas, dependiendo del número de personas y de la distancia. Por ejemplo, del Barrio de Guadalupe hacia el mercado central, llevando los bultos de las compras, pagaba un córdoba al cochero, quien la transportaba hasta la pulpería.
En ese tiempo todavía habían calles empedradas, tenían unos pretiles o bordes, que hacían que el agua bajara mas suavemente, los inviernos eran copiosos y los ríos crecían y se desbordaban, haciendo difícil circular por los puentes, algunas veces habían inundaciones. El agua cubría grandes zonas de los barrios Guadalupe, El Calvario, la calle al cementerio, la Carretera a El Viejo, entre otros lugares.
Esa era una época donde predominaba el cultivo del algodón, eran tiempos en que se conseguía trabajo muy fácilmente, llegaban los tractores y los tráiler a recoger a los trabajadores a la estación del tren para que fueran a las haciendas que se encontraban en los linderos de la carretera de los millonarios. En este tiempo había rumores de revueltas sociales, sin embargo faltaban algunos años para que se diera la guerra civil que marcaria el rumbo actual de la economía y la sociedad en Nicaragua.
Para poder vivir el sueño americano se necesitaba mucho dinero o reales, por ello Jose Francisco, con grandes esfuerzos y pidiendo prestado a su familia logran vender los terrenitos que tenían en Telica y Quezalguaque, además de las tres yuntas de bueyes, los 16 chanchos, para poder pagarle al coyote que le llevaría a su destino final.
La fecha que acordaron con el coyote para salir hacia el norte, era un día muy triste y nublado del mes de junio del año 1970. El coyote citó a Jose Francisco para reunirse en el bisnes ( Busssines), un lugar desde donde salen los buses hacia la frontera con Honduras denominada “El Guasaule”, en Somotillo, y luego de ese lugar trasladarse hacia la frontera de “El Amatillo”, en la frontera con Honduras y El Salvador.
En esa fría mañana, Francisco salió, antes que cantara el gallo ya se había vestido. En la casa se levantaron todos para despedirlo, llorando todos los chavalos y la esposa, esperando que tuviera una buena oportunidad y que le fuera bien en el camino, pidiéndole a Dios y a San Francisco que le cuidara y que llegara bien a su destino.
Tomó el busque le condujo hacia la frontera del Guasaule, donde se reunió con el coyote o pollero, le pago los tres mil dólares que había logrado reunir para que lo cruzara por los países del área ( Honduras, El Salvador, Guatemala, México) y llegara sano y salvo a su destino en Los Ángeles, California, en los Estados Unidos de América. Desde allí pensaba trabajar unos meses para poder ir a Miami, donde le habían comentado que vivía una gran colonia de nicaragüenses.
La moraleja de la historia es: Todos buscamos tesoros en otros lugares, cuando lo que verdaderamente es más valioso en esta vida es la familia, que aunque logremos una situación económica más holgada, nunca compensaremos dejar de ver crecer y desarrollarse a nuestros hijos, ni a nuestros nietos, nos perdemos aquellos momentos valiosos, en que todos ellos y ellas fueron pasando por distintas etapas y no estuvimos allí para ayudarles, para conocerlos, para acompañarlos, para aconsejarles, a sabiendas que el dinero no lo es todo en la vida y nunca compensaremos nuestra ausencia.
credito:guillermo muñoz/ LIC:RENE DAVILA /081211
Era la década de 1970, ambos habían creado una familia, había procreado cuatro hijos, todos varones, con edades que oscilaban entre los 5 y los 12 años. A ella le gustaba mucho el nombre de Francisco, porque eran devotos de San Francisco, sin embargo no querían que todos se llamaran Francisco, así es que decidieron, ponerles: Francisco al mayor, luego en forma sucesiva les pusieron los nombres de: Chico, Paco y Pancho, que son los seudónimos de Francisco. Todos eran unos chavalos muy estudiosos y además de buenas costumbres, bien conocidos del barrio Guadalupe. Vivian en una casita en la curva de la calle hacia el cementerio, su mama, tenía una pulpería: “El Gallo Madrugador”, donde vendía productos básicos de primera necesidad
Jose Francisco era un hombre muy trabajador, le gustaba madrugar y escuchar los cuentos de Pancho Madrigal, que deleitaban a la juventud de esa época en Nicaragua. Le gustaba escuchar la música de Otto de la Rocha, de los hermanos Mejía Godoy, además del cantautor Jorge Paladino, con la cumbia Chinandegana, la cual ponía en la Rockonola del restaurante de la Julia Herrera, la escuchaba varias veces, siempre andaba monedas de un chelín y ese era el valor de una canción, aunque él no tomaba licor, le gustaba visitar ese lugar por que siempre encontraba personas conocidas, a quienes le hacía mandados, así se ganaba los reales honradamente. Le gustaba ir al cine “Edén”, a ver las películas de Pedro Infante, de Cantinflas, de Carlos Gardel, de quien escuchaba los famosos tangos, era un hombre de una vasta cultura musical que había heredado de su padre Don Loncho Lebrón.
Unos de sus paseos favoritos era abordar el bus pelón en la esquina del parque central. Les gustaba dar varias vueltas en el bus que tenia diferentes recorridos, se iba a veces para el cementerio, otras veces en dirección al calvario, otras al desvío a Corinto y León, en la rotonda, luego regresaba para salir de nuevo del parque central, cobraban un chelín y por dos personas cobraban cinco reales, además les gustaba comer raspado con sirope de tamarindo, ese era la diversión de la familia Lebrón y luego iban a ver las películas del matiné del cine “Nela”, el “Edén” o el “Alhambra”, todos eran cines que cobraban una entrada de un córdoba o dos córdobas en las horas diurnas, en algunos casos en los cines regalaban penecas o pasquines, que eran unas revistas de colección, que luego se intercambiaban con los demás chavalos.
A todos los chavalos de la época les gustaba citarse con sus novias en los cines durante las funciones nocturnas, allí se daban cuenta quienes andaban en parejas, quien era novia de quien, para luego hacerles bromas.
Los paseos del fin de semana eran en el tren o el carril hacia Paso Caballos, o el balneario de el Chorizo o Costa Azul en Corinto. También les gustaba ir al realejo, a Potosí, para ver el ferri, que circunnavegaba del puerto de la Unión en El Salvador hacia Potosí en el Municipio de El Viejo, en el departamento de Chinandega. Era un lugar turístico donde viajaban los comerciantes para vender y transportar sus mercaderías por el ferri o por medio de lanchas de motor fuera de borda.
La Camila era una buena cocinera, y vendía comida por encargo, aprovechaba prepararle a Francisco y sus cuatro hijos, su gallo pinto favorito, le agregaba el queso frito. Compraba en el mercado los quesillos de Nagarote y de La Paz Centro, preparaba la carne asada con plátano frito, café negro, los nacatamales en fines de semana, el vaho, la yuca con vigorón, el chancho con yuca, acompañado del tiste, cacao con leche, chía, linaza para refrescar los riñones por el gran calor que hace en esa zona.
A Camila Saravia le gustaba andar en coches, eran los taxis de la época, eran halados por caballos y cobraban un chelín, cinco reales, siete y medio, un córdoba o dos córdobas, dependiendo del número de personas y de la distancia. Por ejemplo, del Barrio de Guadalupe hacia el mercado central, llevando los bultos de las compras, pagaba un córdoba al cochero, quien la transportaba hasta la pulpería.
En ese tiempo todavía habían calles empedradas, tenían unos pretiles o bordes, que hacían que el agua bajara mas suavemente, los inviernos eran copiosos y los ríos crecían y se desbordaban, haciendo difícil circular por los puentes, algunas veces habían inundaciones. El agua cubría grandes zonas de los barrios Guadalupe, El Calvario, la calle al cementerio, la Carretera a El Viejo, entre otros lugares.
Esa era una época donde predominaba el cultivo del algodón, eran tiempos en que se conseguía trabajo muy fácilmente, llegaban los tractores y los tráiler a recoger a los trabajadores a la estación del tren para que fueran a las haciendas que se encontraban en los linderos de la carretera de los millonarios. En este tiempo había rumores de revueltas sociales, sin embargo faltaban algunos años para que se diera la guerra civil que marcaria el rumbo actual de la economía y la sociedad en Nicaragua.
Para poder vivir el sueño americano se necesitaba mucho dinero o reales, por ello Jose Francisco, con grandes esfuerzos y pidiendo prestado a su familia logran vender los terrenitos que tenían en Telica y Quezalguaque, además de las tres yuntas de bueyes, los 16 chanchos, para poder pagarle al coyote que le llevaría a su destino final.
La fecha que acordaron con el coyote para salir hacia el norte, era un día muy triste y nublado del mes de junio del año 1970. El coyote citó a Jose Francisco para reunirse en el bisnes ( Busssines), un lugar desde donde salen los buses hacia la frontera con Honduras denominada “El Guasaule”, en Somotillo, y luego de ese lugar trasladarse hacia la frontera de “El Amatillo”, en la frontera con Honduras y El Salvador.
En esa fría mañana, Francisco salió, antes que cantara el gallo ya se había vestido. En la casa se levantaron todos para despedirlo, llorando todos los chavalos y la esposa, esperando que tuviera una buena oportunidad y que le fuera bien en el camino, pidiéndole a Dios y a San Francisco que le cuidara y que llegara bien a su destino.
Tomó el busque le condujo hacia la frontera del Guasaule, donde se reunió con el coyote o pollero, le pago los tres mil dólares que había logrado reunir para que lo cruzara por los países del área ( Honduras, El Salvador, Guatemala, México) y llegara sano y salvo a su destino en Los Ángeles, California, en los Estados Unidos de América. Desde allí pensaba trabajar unos meses para poder ir a Miami, donde le habían comentado que vivía una gran colonia de nicaragüenses.
La moraleja de la historia es: Todos buscamos tesoros en otros lugares, cuando lo que verdaderamente es más valioso en esta vida es la familia, que aunque logremos una situación económica más holgada, nunca compensaremos dejar de ver crecer y desarrollarse a nuestros hijos, ni a nuestros nietos, nos perdemos aquellos momentos valiosos, en que todos ellos y ellas fueron pasando por distintas etapas y no estuvimos allí para ayudarles, para conocerlos, para acompañarlos, para aconsejarles, a sabiendas que el dinero no lo es todo en la vida y nunca compensaremos nuestra ausencia.
credito:guillermo muñoz/ LIC:RENE DAVILA /081211
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