lunes, 10 de octubre de 2011
DESCRIPCIÓN DE CHINANDEGA DEL SIGLO PASADO POR EL VIAJERO NORTEAMERICANO "EPRAIM SQUIER".
En León nuestro grupo se dividió; un de s t a c amento tomó la
dirección del mont añoso distrito de Segovia, mi ent r a s que la
división principal, de la que yo mismo formaba parte, nos dirigimos al gran Golfo de Fonseca, para cruzar desde allí el continente
rumbo al nor t e a través del Estado de Honduras, magnífico aunque casi del todo desconocido. Enrumbamos pr ime ro hacia el
i gr an pueblo de Chinandega, a ocho leguas de León, sobre el
camino que conduce al bi en conocido pue r to de El Realejo.
El pueblo de Chinandega cubre un área rnuy extensa, está trazado
de mane r a uniforme en "cuadras;' que a su vez se subdividen en
algo que bien podríamos llamar jardines; cada uno de los cuales
alberga una vivienda de algún tipo, cons t ruida por lo general de
c aña s y con techo de palma, aunque t ambi én suelen s e r de adobe, diestramente techadas con tejas. El centro o zona comercial
del pueblo, en la vecindad de la gran plaza, es compacto y t an
bi en edificado como cualquier pa r t e de León o Granada. Hace
veinte años, empero, apenas había en la ciudad una sola casa de
tejas. En general, Chinandega tiene un aire frugal y empr endedor
que no se observa en otras pa r t e s de Nicaragua.
El Realejo dista una s dos leguas de Chinandega, pero los
comerciantes que mane j an los negocios del pue r to residen
sobre todo en Chinandega. Es un pueblo pequeño, ubicado en la
ribera de un estero salobre, a una s buena s cua t ro millas del
pue r to propiamente dicho, y sólo se llega allí en los ordinarios
bongos °barcazas, cuando la marea está alta. El poblado original se erigió cerca del fondeadero, pero por ser vulnerable a los
ataques de los piratas que en otros tiempos merodeaban por
estas costas, fue trasladado a su actual ubicación. La población de
El Realejo suma apenas mil almas, que hallan empleo en la carga
y descarga de navíos, a los que además abastecen de provisiones.
ENTRADA AL PUERTO DE EL REALEJO
Como puerto, El Realejo es uno de los mejores en toda la
costa del Pacífico de América. Cuenta con dos entradas, una a
cada lado de la elevada isla del Cardón, que lo guarece de las
marejadas del Pacífico. Dentro se halla una magnífica bahía, que
en ningún punto tiene menos de cuatro brazas de profundidad,
por lo que se dice que ahí "unos doscientos navíos de línea pueden fondear en todo tiempo con perfecta seguridad:' La vistadel pue r to y del interior del pa í s desde la isla del Cardón, con sus
elevados y característicos volcanes. es imponente y bella.
DESEMBARCO EN EL REALEJO
El señor Montealegre, nuestro estupendo anfitrión, había
fletado de ant emano un bot e para nosotros en un sitio llamado
"Puerto de Tempisque," sobre el Estero Real, que pene t r a a Nicaragua desde el Golfo de Fonseca.
Dejamos pues su hospitalaria
mor ada al amane c e r del 3 de abril de 1853 y pa r t imos rumbo al
"Puerto:' La distancia es de siete leguas; las pr ime r a s tres conducen por una región abierta y bien cultivada. y una vez remont ada s éstas, nos adentramos en una selva colosal, abundant e de
cedros, ceibas y caobas, entre los cuales el camino serpentea
con la sinuosidad de un laberinto. Esta selva e s t á guarecida por
el gran volcán El Viejo,72 y casi todo el año c a en ahí grandes
71 El Tempisque todavía existe sobre el Estero Real, aguas arriba de Morazán, que vino
a reemplazarlo como puerto.
72 Hoy conocido como San Cristóbal.
chubascos que son la causa de su exuberancia. Aquí nos adelant amos al patrón y a sus hombres, que avanzaban en fila india,
cada uno con su alforja al hombro, abastecida con queso, plátanos y tortillas pa r a el viaje, y sobre el otro hombro una mant a y
su inseparable machete acomodado en la cavidad del brazo izquierdo.
A una o dos millas de Tempisque el terreno se eleva ye l camino c ruz a una ancha cresta de lava que, siglos atrás, expelió el
volcán El Viejo. Está cubierta parcialmente por un suelo seco y
árido, donde medr an apenas unas cuant a s palmeras de coyol,
algunas penc a s de Agave americana y una variedad de otros
cactos, que logran prosperar donde ninguna ot r a pl ant a puede
crecer.
Desde la cima de esta cresta el viajero avista por primera vez
los extensos aluviones que bordean el Golfo de Fonseca. Están
cubiertos por una floresta ininterrumpida, y la mirada, cansada
por la inmensidad del panorama, r emont a un inmóvil
océano de verdor, copa t r a s
copa, legua tras legua, en sucesión aparentemente infinita.
Descendiendo la c r e s t a
por un escabroso sendero,
pronto arribamos al "Puerto
de Tempisque:' Aunque lo dignifican con el título de puerto,
no hay más que un único rancho, un mero cobertizo con techo de palma y abierto por tres
lados, donde moran un mestizo de muy mala catadura, una
viejuca y una muchacha india
con el tor so desnudo, que
se ocupa de acarrear agua
y moler maíz para las tortillas.
En la falda de una colina cercana hay un excelente ojo de
agua, donde topamos con un grupo de marineros que preparaban su desayuno. El terreno atrás del rancho es elevado y seco;
pero justo al frente comienzan los pant anos de manglares. Aquí
también, cavado en el limo, hay un estanque pequeño y poco
profundo, y un estrecho canal se extiende desde éste hacia las
profundidades del pantano, conectándolo con el Estero Real.
Era bajamar, y en el fondo fangoso del estanque y del canal, al
descubierto y putrescente bajo el sol, yacían varios bongos de
mala traza. En conjunto, era aquel un sitio que concitaba fiebres
y mosquitos; y nunc a sentimos mayor alegría que cuando nuest r a tripulación arribó, y la marea alta nos permitió embarcarnos
y z a rpa r del "Puerto de Tempisque:' A medida que la choza desaparecía entre los manglares, alzamos los sombreros y con un
adieu nos despedimos del suelo de Nicaragua, - ¡qui z á s pa r a
siempre!
lic.rene davila /031011
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