ORIGENES DE LA INDUSTRIA DE LA CAÑA DE AZUCAR EN CHINANDEGA.: "
La industria azucarera en Nicaragua orígenes y fundadores
A propósito de la zafra 2009-2010, cuya producción en el principal ingenio de Nicaragua ha sido la más alta de su historia, resulta oportuno remontarse a los orígenes de esta industria en nuestro país. Colonial, la caña de azúcar no alcanzó una producción considerable sino hasta en la última década del siglo XIX, cuando funcionaban varios ingenios como San Rafael en el departamento de Granada, San Antonio y El Polvón en el de Chinandega, y El Polvoncito en el de León. Pero las primeras haciendas conocidas datan del siglo XVIII.
Haciendas del siglo XVIII
De acuerdo con las investigaciones de Germán Romero, sólo en la región de El Realejo se contaban cinco haciendas de azúcar en 1740. Doña Ubalda Barbosa era dueña de una de ellas, cuya extensión sumaba cuatro caballerías. La casa de habitación, de adobe y cubierta de tejas, medía veinte varas de largo. La casa del trapiche, de forma cuadrada, tenía doce varas por cada lado; la casa de las calderas, veinte. Una presa en el río de la hacienda servía para el riego de la casa cuando era necesario. La caña se sembraba en plantíos llamados “Suertes”. Cada “Suerte” tenía nombre y lo integraban cierto número de surcos. En total, se trabajaban 1,349 surcos distribuidos en quince “Suertes”.
De otra hacienda, llamada “El Trapiche” —en la jurisdicción de León— se conservan las cuentas de su administración entre el 17 de abril y el 31 de noviembre de 1772; aparentemente, existía una marcada división del trabajo con fines remunerativos entre su mano de obra mulata, destacándose los molenderos de caña. La hacienda pertenecía a Antonio Montes.
Otras haciendas eran mixtas: de ganado y caña de azúcar, como la llamada “Jesús de Nazareno”, de diecisiete caballerías de extensión, vendida en 1735 por el vecino de Granada, Adriano Blanco. De menor extensión era la de otro vecino de Granada, Francisco José Argüello, “El Chagüite de San José y de San Antonio de Malaco”, con una casa de habitación, de veintiséis varas de largo, de adobe y cubierta de tejas. En otra casa se hallaban los trapiches, uno de bronce y el otro de guapinol “con todos sus pertrechos”, al igual que las otras instalaciones para la elaboración del azúcar de rapadura: hornos de calicanto, bancos, calderas, cubas. Para hacer girar los cilindros del trapiche había treinta mulas “moledoras”. Las carretas servían para el transporte de la caña y se disponían para ellas diez yuntas de bueyes.
Con todo, dichas haciendas —pertenecientes a una minoría étnica heredera de los beneficios de la conquista— representaba un símbolo de dominación social más que cierto poderío económico. Así su producción se destinaba al consumo interno y, entre los rubros de exportación a finales del siglo XVIII, el azúcar apenas rendía unos 15,000 pesos anuales, como las mulas (también 15,000), mil menos que los quesos (16,000) y muchísimo menos que el ganado (100,000), el añil (150,000) y el cacao (220,000).
San Antonio de
Walter Bridge
Tras la independencia, las guerras civiles impidieron la prosperidad del cultivo de la caña de azúcar, pese a las iniciativas emprendedoras de dos productores: el inglés Walter Bridge (1791-1847) y del chinandegano Gregorio Venerio, asesinado en su casa de habitación en El Viejo, a manos de Bernabé Somoza, en 1849.
Al primero, el diplomático estadounidense John L. Stephens lo encontró en 1841 como propietario de la hacienda azucarera San Antonio. Mister Bridge, “un inglés de una isla de las Antillas, había residido en Nicaragua por mucho tiempo, y era casado con una señora de León; pero, con motivo de las convulsiones del país, vivía en la hacienda… Él afirmaba que aquí cincuenta hombres podían elaborar azúcar más barato que doscientos de las islas”. Fallecido el 11 de noviembre de 1847, Bridge fue enterrado en la iglesia de Santa Ana, en Chinandega. Su esposa se llamaba Mónica Cabeza de Vaca.
Bridge había construido la casa-hacienda de San Antonio, visitada por Ephraim George Squier —también diplomático estadounidense— ocho años más tarde “Era mejor que cualquiera de las casas haciendas que había visto entonces. No sólo estaba bien construida, sino que sus habitaciones hallábanse convenientemente dispuestas, y además, pintadas por dentro”.
San Jerónimo
de Gregorio Venerio
Squier realizó otra visita en la zona de El Viejo: a la hacienda San Jerónimo de Gregorio Venerio, quien había importado de Inglaterra —vía Estrecho de Magallanes— maquinarias para la elaboración del azúcar, del algodón y del añil. Los terrenos de San Jerónimo eran perfectamente parejos, y por medio de acequias destinadas al riego estaban divididos en plantíos cuadriculados. “En algunos —observó Squier— la caña había sido recientemente sembrada, en otros la acababan de cortar, y en otros más estaba ya en sazón, lista para la molienda. Dos trapiches trabajaban todo el año y cuando los cortadores terminan con los últimos cuadros, los que fueron cortados primero están a punto para recibir de nuevo el machete. En favorables condiciones pueden secarse tres cosechas al año; y la caña no se resiembra, sino cada diez o catorce años.”
Y continúa Squier: “Lo primero es la majadora, de donde el jugo pasa por un serpentín de cobre y a través de un colador a una cuba, de donde por otros conductos llega a las calderas. De éstas, cuando se ha reducido y clarificado lo suficiente, el jugo sigue para otras cubas donde se limpia de impurezas y va luego a un alambique para utilizarlo en la destilación de aguardiente. Reducido el líquido a cierto grado de densidad, el azúcar entra a los enfriadores y coladores, donde se hace la operación de granulación, y se separa la melaza”. Además de “chancaca”, o dulce de rapadura —cuya libra, según Squier, valía centavo y medio de dólar—, San Jerónimo producía un azúcar “tan blanca y dura como el azúcar refinada conocida en el comercio mundial”.
Los ingenios San Rafael
y San Antonio
En 1853 William Wells —un minero bostoniano de paso por nuestra región del Pacífico— constató que el azúcar de Nicaragua era de inferior calidad y que “las toscas máquinas empleadas en su elaboración impiden que sea importante artículo para la exportación, amén de que apenas produce lo suficiente para el consumo interno”. Entonces la cantidad que se exportaba era insignificante: 1,054 quintales cada año. Por su lado, el geógrafo francés Pablo Levy, advirtiendo las óptimas condiciones locales para la siembra de caña, se sorprendía que “ahora —en 1871— este cultivo no tenga mayor desarrollo”.
Y lo tuvo, como se dijo, décadas más tarde con la instalación por la Nicaragua Sugar Status Limited del Ingenio San Antonio en 1892, precedido por el San Rafael, en San Blas, departamento de Granada, a cuatro millas y medio de la ciudad. Una compañía —formada por Gonzalo Espinosa, Faustino Arellano, Ildefonso Vivas y Enrique Guzmán— era su propietaria desde 1887. La hacienda comprendía 800 manzanas, cercadas con alambres de púas: 175 sembradas de caña de azúcar y 50 de potreros. La maquinaria había sido construida en Glasgow por las Casas Miriless, Watson & Yanyan y Manleve, Alliot & Company.
En 1898 —informa la Guía Ilustrada del Estado de Nicaragua— esperaba producir cinco mil quintales de azúcar y unos veinte mil galones de aguardiente.
Enrique Guzmán Selva era el administrador del ingenio, pero el gobierno de Roberto Sacasa lo expulsó del país el 22 de agosto de 1891, sustituyéndolo Adolfo Benard por decisión de Faustino Arellano. Benard se hallaba al frente del ingenio en 1900.
En cuanto a la hacienda San Antonio, comprendía cinco mil manzanas, 650 sembradas de caña de azúcar. En 1895 se esperaba beneficiar unos 50,000 quintales de azúcar y 150,000 galones de aguardiente.
Gonzalo Espinoza y The Nicaragua Sugar States Limited
Quien concibió la idea de fundar una empresa azucarera moderna —me refiero a The Nicaragua Sugar States Limited— fue el granadino Gonzalo Espinoza Selva (1840-1908). Hijo de Narciso Espinosa y Justa Selva, había sido subsecretario de Hacienda en el gobierno de Fernando Guzmán, casado con su tía materna Fernanda Selva; luego sirvió al mismo presidente de Secretario Privado, no sin antes —de acuerdo con uno de sus obituarios— “estudiar en los ingenios ingleses de azúcar el cultivo de la caña, cuya industria se proponía el gobierno impulsar en el país”.
También, durante la administración de Pedro Joaquín Chamorro Alfaro, Espinoza realizó otro viaje de estudio, esta vez a la Guyana inglesa, para especializarse en el mismo ramo y en la destilación de licores. “El señor Espinoza rindió un minucioso informe de los conocimientos que había adquirido, que vino a ser una especie de cartilla del cultivo de la caña y fabricación del azúcar y del ron, y el mismo se convirtió en un experto” —señala Esteban Escobar en su biografía del mandatario Chamorro Alfaro.
Con esta experiencia, Espinoza dispuso fundar una empresa azucarera, de la que se retiraría pronto, entrando a servir como Agente en Granada de la compañía de navegación lacustre y fluvial establecida desde 1877 por el italiano F. Alfredo Pellas. Espinoza, “más que un empleado, fue un verdadero amigo del señor Pellas, y tendióle éste noblemente su protectora mano”. Aceptó entonces integrar una misión diplomática a Guatemala encabezada por el ex presidente Joaquín Zavala.
Concluida dicha misión, retornó a su cargo y, sin desprenderse de él, ejerció otro: el de Agente intermediario del Gobierno de Nicaragua y la Compañía del Canal; de manera que el 11 de marzo de 1889, de regreso en Granada de los Estados Unidos, aseguró a su primo Enrique Guzmán que el Canal interoceánico por Nicaragua era un hecho.
Posteriormente, debido a la confianza que inspiraba por su versación en finanzas y a su espíritu organizador —afirma Enrique Guzmán Bermúdez— le fue fácil en 1890 crear The Nicaragua Sugar States Limited, incorporada a las leyes de Inglaterra con un capital suscrito mayoritariamente en Nicaragua por accionistas que inicialmente fueron F. Alfredo Pellas, Enrique Palacios, Virginia viuda de Cuadra e hijos, y el licenciado Santiago Morales, “quienes no titubearon el exponer su dinero en un negocio arriesgado por la fe que despertaba el iniciador de esta poderosa compañía en comandita”. Más aún: Espinosza fue nombrado gerente general del Ingenio San Antonio —adquirido por The Nicaragua Sugar States Limited—, al que “tóca darle forma, dirección e impulso”.
Gonzalo Espinoza Selva, quien solía viajar a Europa con frecuencia, falleció en Nueva York —a los 68 años— el 8 de febrero de 1908. Volvía de comprar a Mr. Bayan y a Mr. Martin sus acciones en San Antonio, “adquisiciones que lo convertirían —según Guzmán Bermúdez— en el mayor accionista de la Empresa por él fundada”.
F. Alfredo Pellas
A la muerte de Espinoza, F. Alfredo Pellas (Génova, Italia, 27 de abril, 1850-Granada, Nicaragua, 12 de junio, 1912) adquirió la mayoría de las acciones. Había llegado de 25 años a Nicaragua. Organizó compañías en Managua en los dos lagos, se sumó a la iniciativa de Espinoza de fundar la Nicaragua Sugar, compró minas de oro en Chontales y una hacienda cafetalera en las cercanías del pueblo de San Marcos. Para 1892 tenía un capital de 400,000 pesos. Es el segundo fundador de la industria azucarera en Nicaragua.
Adolfo Benard
El tercero no es otro que Adolfo Benard (Granada, 10 de noviembre, 1865-Ídem, 4 de abril, 1935), a quien Pellas buscó como socio de la Nicaragua Sugar, llegando a ser presidente y gerente general desde el 21 de junio de 1912 hasta su muerte en 1935. Lo sustituyó en el cargo Silvio Pellas Vivas, uno de los dos hijos varones de F. Alfredo.
Durante sus veintitrés años en la gerencia general, Benard consolidó al Ingenio San Antonio como empresa moderna y hegemónica en su ramo. Si en 1909 el Ingenio aportaba el 65.46% de la producción de caña del país, en 1925 producía el 75.52%."
Ventana de informacion sobre la conservación del medio ambiente.
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