Atrás queda el bullicio de Chinandega, una ciudad que despierta muy temprano. Cerca de ella, erguido e imponente se observa el coloso volcán San Cristóbal, cuya pendiente te reta a escalarlo.
Su fumarola sirve de guía, pero también advierte de su furia interna. Desde cualquiera de las entradas a Chinandega se aprecia su majuestuosa presencia, resaltada por los colores vivos en sus laderas.
Cinco jóvenes asumen el reto de llegar hasta la cima. Es domingo, y con el frío de la madrugada, abordan una camioneta y se movilizan del centro del departamento de Chinandega hasta la comunidad “Las Rojas”, ubicada en la zona suroeste del cráter.
Sobre caminos pedregosos, arena y tierra inicia su travesía hacia el volcán. Durante el recorrido son constantes los saludos de habitantes de las comunidades, quienes alientan a los aventureros a seguir su camino.
“Imaginate en la punta”, repite uno de ellos cada vez que miran salir los gases del cráter de coloso de Occidente, pero el desafío todavía está lejos de alcanzarse.
La caminata
Una vez que se llega a la comunidad ‘Las Rojas’, comienza la caminata sobre terreno inclinado, senderos con pequeños árboles y otra vegetación marcan el camino.
Los minutos pasan, el sol también “avanza” en su trayecto, y con ello el calor aumenta considerablemente, pero ya logran apreciar el volcán Chonco y las plantaciones de eucalipto, teca y café que cubren el paisaje.
El sudor aparece sin previo aviso y el cansancio toca sus talones, pero el despliegue de belleza natural y la cima del San Cristóbal cada vez más cerca los hace seguir.
Están tan solo comenzando a subir las faldas del volcán, sin embargo, es un buen momento para descansar en lo que se conoce como “Mirador del coloso” y distinguir la ciudad de Chinandega, Chichigalpa, Puerto de Corinto y El Realejo.
El asombroso verde de los campos, el arco iris de los siembros agrícolas y el sentirse “más cerca de las nubes” se nota en los rostros enrojecidos del grupo que también retan al calor y al sol.
Un poco más adelante, se hace una parada en “El Destiladero”, donde los viajeros se reconfortan observando cómo las gotas de agua y los helechos de gran altura crean una especie de cueva con olor a tierra mojada y azufre. Esta es la última sombra que se disfruta.
Por momentos las piernas se sienten dormidas, y cada paso que dan es como dar uno hacia atrás. La sed ataca y sus bocas se sienten secas pero deben ahorrar agua.
Tres ambientes
Según avanza el ascenso, la vegetación seca y la falta de sombra señalan el inicio de la desolación, moviéndose lentamente sobre un terreno arenoso y de piedras finas. El camino se pierde, aunque las bolsas plásticas amarradas a los troncos de árboles caídos marcan el paso de los que ya estuvieron ahí y quizás llegaron a la cima.
Con suerte, encuentran una rama que les sirve de bastón. Pasan entre las “venas” de piedra y ceniza que marcan al San Cristóbal. El viento sopla fuerte y el fresco venido de la cima reconforta.
Como piezas de ajedrez sin ordenar decenas de árboles sin hojas, como un cementerio de ramas, decoran el terreno oscuro y deslizante que bordean el cráter.
“Se ven preciosos y es increíble como se mantienen sin caer al vacío. Chinandega se ve tan pequeña que ni sus calles se miran”, dice al detenerse para ver hacia atrás, Argenis Guevara, uno de los miembros de este grupo improvisado de exploradores.
Siguen subiendo hasta empezar a sentir vértigo, ya sea por la temperatura, el cansancio o lo inclinado del terreno. Una vez cerca del cráter, quizás por los gases expulsados bajan el ritmo de la caminata, aunque con un paño mojado toleran el olor a azufre y leve ardor en sus ojos.
Ya muy lejos de la última vegetación se pueden apreciar los volcanes Casita, Chonco, Moyotepe y La Pelona, siendo el San Cristóbal el más activo del grupo. También, se aprecia el volcán Cosigüina, el Golfo de Fonseca y las montañas de Honduras y El Salvador.
Una vista que les hace exhalar y olvidar que pasamos más de cinco horas caminando.
¡Misión cumplida!
FUENTE.E.DIARIO/ LIC:RENE DAVILA / 240212