sábado, 14 de abril de 2012

El canto íntegro del Dr. Wilfredo Álvarez Chinandegano Miembro De Los Bisturíes Armónicos.



Al mediodía del lunes nueve de abril falleció el doctor Wilfredo Álvarez Rodríguez (Chinandega, 1934), “como un lirio que el tiempo consume” (“El lirio y la fuente”). Álvarez fue uno de los tres médicos integrantes, junto con el doctor César Zepeda Monterrey (fallecido) y el doctor César Ramírez Fajardo, del célebre trío “Los Bisturices Armónicos”, quienes tanto folklore recogieron e interpretaron para la historia de la música nicaragüense. Ellos fueron alma y música de nuestra identidad.

Baste recordar sus imperecederos Long Play (discos de Larga Duración), “Son tus perjúmenes mujer”, y luego “Eva de amor”, que incluyen, entre otras canciones antológicas: “Son tus perjúmenes mujer” (folklore de Cosigüina); “La reventazón” (folklore de Rivas); “El jornalero” (folklore de Cosigüina); “El muchacho tonto” (folklore de Chinandega); “El arreo” (de Salvador Cardenal y Pablo Antonio Cuadra); “Escobita pulida” (folklore de Matagalpa); “Eva de Amor” (Chinandega); “El pichelito de agua” (folklore de Chinandega), y así una constelación de canciones, nicaragüenses hasta los tuétanos, reconocidas y citadas por Salvador Cardenal Argüello en su enciclopedia musical “Nicaragua: Música y Canto”.

Pablo Antonio Cuadra dijo de ellos: “El pueblo siempre ha tenido el canto en los labios, pero el canto del pobre, canto sin medio de comunicación salvo su propia poesía que va lentamente de guitarra a guitarra... Es una empresa digna de todo aplauso la de estos médicos-músicos que nos rescatan y devuelven, con fidelidad absoluta, a través de sus voces y de sus instrumentos musicales, las fuentes del canto nacional”.

No le conocimos a Wilfredo un solo instrumento de cuerda que no tocara como jugando entre su inolvidable risa. Fue narrador, autor de “El chorriador de asfalto y otros cuentos” (2007) y miembro del Centro Nicaragüense de Escritores, el cual deplora profundamente esta inevitable partida de “muchacho tonto” tan querido por todos y tan de dejarse amar.

Su vela fue el nueve de abril por la noche en la Funeraria Don Bosco, y el martes diez su ser hecho canción fue trasladado a la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, en la ciudad de Masaya, desde donde después de celebrarse una misa fue conducido al cementerio. ¿Al cementerio? ¡quién sabe!, porque parece estar diciendo: “Yo soy la fuente, ay, déjame correr”.

LA VIDA ENTRE QUIROFANOS Y EL CANTO POPULAR DE WILFREDO ALVAREZ.



Un curandero musical
*Profesor de medicina de 35 generaciones
*Quiere terminar dando clases
*La docencia, la música y la pintura le han llenado la vida
*Famoso por sus historias incontables e increíbles, como cuando reparaba hímenes en León a las novias que pretendían casarse
*No tengo dinero y nada me hace falta, pero me sobran las satisfacciones espirituales.

¿Por dónde andará la niña tartamuda que aquella mañana tarareaba el estribillo de la canción Son tus perjúmenes mujer, cuando el doctor Wilfredo Alvarez la escuchó hace más de 30 años en los corredores de una finca chinandegana, allá por las laderas del volcán Cosigüina? La trama de la vida se encargó de poner en ese lugar al doctor Alvarez, que escuchó con atención las medias palabras de la chavala, y anotó aquellas frases que desde la resonancia de sus sentimientos resumían al nicaragüense en su expresión musical, picardía y poesía.

Fueron los Bisturíces Armónicos, tres jóvenes médicos que cerraban sus consultorios desde el viernes por la tarde para ir por veredas y cañadas, recogiendo la música tradicional campesina que se cantaba en montañas y praderas allá por los años 70 y que eran verdaderas joyas musicales que vivían en el anonimato.

Llevaban alforjas cargadas de muestras médicas para impartir consultas a los campesinos, con los cuales terminaban compartiendo epopéyicas parrandas entre cantares y leyendas rurales. A este trío los juntó el deseo de compartir sus afinidades, pues eran médicos, tocaban la guitarra, gustaban ir de caza y de pesca, y sobre todo tenían una atracción instintiva por las costumbres y tradiciones del campo.

El doctor Wilfredo Alvarez es uno de los sobrevivientes de este trío. Tiene el mérito de ser uno de los más antiguos y activo profesor de la Facultad de Medicina de Managua, se calcula que ha transmitido sus conocimientos a más de 35 generaciones de médicos.

Recientemente cumplió la modesta edad de 74 años, una vida dedicada a la medicina, la docencia, la música, la parranda, la pintura y a contar historias fascinantes que le han contado o que le ha tocado vivir o que las ha tenido que inventar en su incansable afán de narrador de la vida. Tal vez por eso decidió escribir un libro sobre cuentos que será presentado oficialmente en septiembre y que los tiene ya impresos guardado debajo de su cama esperando el día en que saldrán de allí como un vuelo de mariposas.

El nacimiento de los Bisturises

Para la clausura de un congreso de médicos centroamericanos con sede en Managua, las delegaciones debían presentar un acto cultural representativo de su país, fue entonces que uno de los organizadores, el desaparecido radiólogo Roberto Calderón, le propuso a unos médicos que se prepararan para interpretar algunas canciones de Camilo Zapata.

Y fue así que en el Teatro González de Managua aparecieron en ese entonces cuatro guitarristas vestidos de cotonas de manta y sombreros de paja, y como no tenían nombre al momento de la presentación el que hacía de maestro de ceremonia se le ocurrió decir que eran los “Bisturices Armónicos”, por las destrezas adquiridas en el uso de la cuchilla en su oficio de cirujanos.

“Los Bisturises Armónicos se formaron más por necesidad que por casualidad. Después de esa presentación nos seguimos viendo para tocar guitarra y a veces salíamos a presentarnos en algunas fiestas o actos culturales que nos invitaban”, recuerda el doctor.

Son tus perjúmenes mujer, la joya deseada

Fue el doctor Wilfredo Alvarez el que le puso atención a lo que cantaba aquella niña de Tonalá, captó la melodía del estribillo y más tarde dice que le agregó algunas estrofas para dejarla como se conoce ahora. Sin embargo, esta canción ha sido la madre del cordero, porque debido a su parcial anonimato hay quienes han pretendido quedarse con la creación de esta joya musical.

Fue esta canción la que le dio fama y brillo a Carlos Mejía Godoy en España, y por lo cual podrá ser recordado por algún tiempo más. Fue a mediados de la década de los años 70 que Carlos Mejía cantó esta canción en un festival de música en España, donde la canción gustó de romplón.

Tanto es así, que Carlos Mejía confesó que en los próximos días un grupo de artistas españoles realizarán un acto cultural en celebración de su trayectoria artística, y que un grupo de mujeres, entre las que figura Paloma Sanbacilio y Angela Carrasco, cantarán la canción de la niña de Tonalá.

Carlos Mejía dice que la canción fue recopilada por los Bisturíces Armónicos y que su autor es anónimo. “Es una de las canciones que más satisfacciones me ha dado”, confesó.

Al doctor Alvarez esta canción también le ha dado muchas satisfacciones. Tal vez más que cualquier otra de las casi 50 que recopiló el trío durante varios años de recorrido por los campos y llanuras nicaragüenses.

Los Bisturices Armónicos estaban compuesto por el doctor Wilfredo Alvarez, César Ramírez y César Zepeda, este último fallecido a consecuencia de una enfermedad penosa. Durante 15 años permanecieron unidos en la tarea de rescatar la música campesina que nadaba en las aguas del anonimato, pero terminaron separándose por razones ideológicas y religiosas después del triunfo de la revolución en 1979.

“Son cosas que pasan en la vida”, dice el doctor tratando de aceptar de la mejor manera algo que ha quedado en el pasado y del cual prefiere dejarlo allí. Fue durante el remolino de la revolución que cambió muchas cosas, para bien y para mal, que llegó a parar hasta el Hospital Militar Alejandro Dávila Bolaños como sub-director docente, entonces tuvo que dejar la cotona de músico y la gabacha de galeno para vestir el verde olivo militar con una pistola fajada en el cinto.

“Creo que eso no les gustó a mis compañeros”, y poco a poco este trío que llegaron a conocer entre sí hasta la preferencia del color de la ropa interior que usaban, se fue separando y se dejaron de ver aún más o casi por completo con la muerte de uno de sus integrantes, el doctor César Zepeda.

Una vida con sabor y sin sabores

Al volver la vista atrás afloran los recuerdos de una infancia feliz en la finca del abuelo, donde pasaba las vacaciones arriando el ganado y bebiendo la leche de vaca de la teta al guacal todavía con la temperatura corporal del animal. Desfilan los recuerdos de los largos días de clase de música y pintura en la Escuela de Bellas Artes, los años de estudiante en la Facultad de Medicina de la ciudad de León donde “se vivía en una lucha titánica entre los docentes y alumnos porque no permitían ningún acto de contradicción e indisciplina”. Sólo recuerda a dos mujeres en la facultad de medicina de su época de estudiantes, ellas eran Teresa Jiménez y Vilma Núñez, no sabe qué habrá pasado con ellas.

Recuerda su estadía por el hospital San Vicente que era más parecido a una finca en abandono pero que tenía ínfulas de un hospital. “Antes de operar a los pacientes teníamos que ir a sacar del quirófano los animales que se habían metido por la noche, desde cusucos hasta murciélagos, era inmundo, pero así me formé como médico”, dice.

El día que Rigoberto López Perez ajustició a Anastasio Somoza García, el asesino del general Augusto C. Sandino, el doctor Alvarez vivía a dos cuadras del lugar de los hechos, y fue un guardia amigo suyo con el que había estudiado el bachillerato en Managua, que le mandó a decir que se fuera de allí y no volviera en meses. “me fui por veredas hasta llegar a Chinandega donde regresé en tren a la casa de mis padres en Managua”, recuerda.

Todos los que estaban en esa casa, incluyendo al dueño, el doctor Berríos, un reconocido antisomosista, cayeron presos, algunos estuvieron en las jaulas de los leones y las panteras de la loma de Tiscapa, porque supuestamente Rigoberto López Pérez había pasado por esa casa en la tarde antes de cometer el último acto de su vida

Desea terminar dando clases junto a los maltrechos cadáveres del laboratorio rodeados de asustados y curiosos estudiantes. El balance de su vida es sencillo pero profundo: “no tengo dinero y nada me hace falta, pero me sobran las satisfacciones espirituales. Estoy tana catana con la vida, nada le debo y nada me debe. Lo único que le pediría a esta edad es que me permita seguir dando clases en la universidad, me gustaría morir dando clases…es que la universidad es el mejor patrón”.
FUENTE:S.CRUZ / Lic:Jose Humberto Davila